PANCHO
DELGADO

Músico y
Compositor

¿Habrá música después del virus?

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Hasta la llegada del virus, mi vida era así:

06:00 de la mañana hora Canaria. Suena mi despertador. Me levanto, me lavo la cara y me visto. Entro a la cocina y lo primero que hago es encender la radio para ponerme al día con la actualidad informativa. Bebo un vaso enorme de agua. Enciendo el teléfono móvil y miro la agenda para ver la actividad que me espera a lo largo del día. Preparo los desayunos. Reviso y pongo a punto las mochilas con los desayunos del recreo y las meriendas para la tarde. Hago el café para mi mujer. Los uniformes de los niños ya están listos desde el día antes. Mi mujer despierta a los niños. Todo el mundo a vestirse y a desayunar. Termina el desayuno y todos a lavarse los dientes y peinarse. Oliendo a colonia, nos disponemos a salir de casa. Bajamos en el ascensor. Entramos al garaje. Nos subimos en el coche. Nos vamos, ellos rumbo al cole, pero antes, a mí me dejan justo en el primer y último semáforo que encontramos en el recorrido. Me despido de ellos de la misma forma de todos los días: -¡Cariño, te quiero! ¡Enanos, pórtense bien!

Bajo caminando por el lateral del centro cultural, en dirección a casa de mis padres. Me cruzo con los de administración del SAC de Arona (Servicio de Atención al Ciudadano) y nos saludamos efusivamente: -¡Ustedes son los dos mejores que viven de Europa! -Pues anda que tú, con el rollo de la guitarra, sí que te lo montaste del diez. Si a mí me pagaran por tocar la guitarra… Los conozco desde hace años y siempre van juntos a desayunar un bocadillo de pata y un barraquito en la cafetería del supermercado Carolina. Me cruzo con el jardinero que lleva los auriculares puestos y que mantiene su zona de jardines impecable; lo saludo y siempre me responde de manera tímida. Realmente casi que no intercambiamos palabras. Me cruzo con una joven guapísima, vestida a la última (intuyo que trabaja en una oficina por su manera de vestir, ¡impecable!). Realmente, con ella no es un saludo ajustado a su definición, sino una mirada acompañada de un leve gesto con la cara.

Unos pasos más adelante, después de la entrada al parking del Valle Menendez, donde la chica aparca su coche cada día, me encuentro con un amigo que vive en la calle y que todos los días está sentado en el banco, ubicado justo delante de la perfumería de la esquina, y también nos saludamos, aunque reconozco, que este saludo es con más efusividad de lo normal. Siempre intento entablar algunos minutos de conversación con él. Me acuerdo cuando una mañana, desde lejos, ya sabía que me estaba esperando: -Mi sobrina me ha localizado después de casi 20 años y quiere que este verano me vaya a mi tierra, Valladolid, a pasar el mes de agosto y ya me ha comprado el pasaje. Su cara de felicidad, fue el mejor regalo de ese día. Vive en una obra que se empezó a hacer a principios de los años 80 y que nunca se terminó. Se dedica a hacer “cancamitos”, recados, mandados en los diferentes negocios de la zona: cuidar el mobiliario de las terrazas de bares por las noches, cargar cajas, tirar la basura…

Un poco más adelante me cruzo con las trabajadoras del Panarias, y los mismos clientes de todos los días que ya ocupan sus mismas mesas, donde desayunan. Nos saludamos. A cuatro metros, doblo la esquina y me encuentro con el proveedor y el enorme camión aparcado desde donde descarga la mercancía, que trae rigurosamente a la cafetería que está debajo de la casa de mis padres, y por supuesto, nos saludamos: -¡Buenos días señor! -¿Qué pasa colega? Pues nada, aquí y no queda otra. – ¡Pues dale duro, dale duro!.

Llego a la puerta del edificio en el que viven mis padres, saco la llave, abro y entro. Muchas veces me encuentro con mi primo bajando para sacar a su perrillo. Me dirijo al ascensor, entro y pulso el 4. Llego a casa de mis padres, saco la llave, abro y entro. Ya está mi madre preparando su limonada calentita de la mañana y el café al fuego. Siempre me espera para desayunar juntos. Saco un poco de leche y algo de fruta. Mientras, mi padre araña los últimos minutos, en su cama, antes de irse al gym, mi madre y yo hablamos de cualquier cosa. Reconozco que le encanta escucharme hablar de política o del asunto más mediático ocurrido el día anterior, para finalizar siempre con su expresión: “de todo sabes”… y claro, yo no tengo más remedio que reirme y ella de ofenderse porque “¡siempre te ríes de mí!”. -¡Buenos días “Maikel!”. Es la manera que tiene mi padre de saludarme cariñosamente. -¿qué pasa Bulancaster? Así le respondo mientras se va al gimnasio. Mi padre, a pesar de estar a punto de llegar 70 años, sigue yendo al gimnasio religiosamente, donde lo espera su otra familia “la peña del gimnasio”. Terminada la sobremesa del desayuno con mi madre, reinicio el router, conecto el amplificador de wifi y me voy a mi estudio a empezar mi jornada laboral.

No quiero entrar en detalles sobre la descripción de mi trabajo en el estudio ni mucho menos, ya que me parece mucho más interesante la reflexión sobre la situación que estamos pasando actualmente los músicos y los artistas en general. Estamos en un momento crítico. Ese estado en el que los médicos dan un pronóstico poco alagüeño. El encefalograma describe un leve movimiento, un pulso casi imperceptible, cuya onda es practicamente plana… hay pocas esperanzas salvo que se materialice ese venerado milagro al que se aferra cualquier ser humano por muy pragmático que sea.

Concretamente, en mi tierra, las Islas Canarias, los músicos formamos un tejido empresarial muy frágil. Por eso, creo que es el momento de hacer políticas que potencien la creación canaria, la cultura hecha en Canarias y que todo el presupuesto destinado a la cultura de Canarias, se quede por y para los creadores de esta tierra: Festivales con artistas de fuera, sí, pero con una cuota alta para contrataciones de grupos y creadores canarios con cachés en condiciones y pagados directamente por la administración. Reorganizar las condiciones de las salas y teatros públicos. Es urgente la creación de circuitos por y para los artistas canarios, para los profesionales, los que nos dedicamos exclusivamente a esto, los que llenamos la nevera únicamente con los ingresos que conseguimos por tocar, por componer, por producir, por grabar, por cantar… Soy seguidor de muchos artistas internacionales y tengo la entrada para ver a Alejandro Sanz, en el concierto que hay planificado para este verano aquí, en Tenerife, pero vuelvo a repetir, despúes de lo que ha generado el virus, no es el momento de políticas de este tipo, sino de todo lo relacionado con lo expuesto antes.

El sector de la cultura, por razones obvias, será el último en incorporarse al proceso de desescalada que propone el Gobierno de España. Y mi pregunta es: ¿Mientras tanto, qué? ¿Qué pasará con las familias que vivimos de la cultura? Cuando llegue el momento de reactivar el sector cultural, los lugares tradicionales para la celebración de actos se verán condicionados por las medidas de seguridad: distancia entre las butacas ocupadas en los teatros, la disposición de los conciertos en las plazas, incluso, los conciertos multitudinarios de grandes estrellas de la música, deberán ser replanteados de la misma forma. Los ensayos, giras, grabaciones, todo está en pausa indefinida.

Estamos experimentando un cambio de conciencia a nivel global, y los artistas tenemos que aprovecharlo desde el punto de vista creativo: estudiando, creando, buscando nuevas fronteras, nuevas sonoridades, generando alianzas con otros creadores, exponiendo nuestra obra en internet… No podemos quedarnos de brazos cruzados esperando la llegada de “lo nuevo”, sino que tenemos que subirnos a la ola del cambio y surfearla, porque si no lo hacemos, nos arrastrará y puede que nos ahogue si no hemos aprovechado este tiempo de confinamiento, para desarrollar las herramientas y técnicas necesarias.

Despúes del coronavirus, cuando todos salgamos del confinamiento y volvamos a la vida normal, a nuestros trabajos, los niños al colegio, a pasear por las calles, a la playa… nada volverá a ser como antes. No sé si volveré a encontrarme con las mismas personas con las que me cruzaba cada mañana mientras iba a mi estudio: el jardinero y sus auriculares, los funcionarios del ayuntamiento, la chica de la oficina, mi amigo en su banco, las trabajadoras de la cafetería, el repartidor… es más, no sé si ése será el camino que me lleve a mi trabajo.

En estos días de confinamiento he aprendido muchas cosas, pero sobretodo, he aprendido a valorar a la familia, a los amigos, la importancia de los pequeños detalles, el valor de cada instante. Me da la impresión de que las visitas y los abrazos no han sido suficientes, y eso que me considero una persona afable con un gran círculo de amigos, buenos amigos, aún así, creo que lo que he hecho no ha sido suficiente. No pienso volver a ahorrar en besos ni en abrazos, ni en citas ni llamadas y mucho menos en palabras de agradecimiento, en pedir perdón, en decir “me equivoqué”. Prometo gastarme, quedarme a cero, incluso en números rojos si alguien lo necesita… y por supuesto, a seguir saludando, ese gesto de bondad que iguala a todos los seres humanos, seas quien seas: un repartidor, la secretaria de un abogado, una trabajadora de una cafetería, una persona que vive en la calle, un funcionario… o un músico.

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Compositor, multiinstrumentista y productor.
Maestro Especialista en Educación Musical por La Universidad de La Laguna.

Songwriter, multi instrumentalist and Producer. Musical Education Specialized Teacher (La Laguna University).

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Compositor, multiinstrumentista y productor. Maestro Especialista en Educación Musical por La Universidad de La Laguna.

Songwriter, multi instrumentalist and Producer. Musical Education Specialized Teacher (La Laguna University).